Archivo de la categoría: Está pasando

Spain is different

No había en Europa un lugar más adecuado que España para el enfrentamiento violento entre derecha e izquierda. La Iglesia católica, que en Italia y otros países había desarrollado un papel centrista y moderado, en España se encontraba totalmente alineada a la derecha, junto a los grandes latifundistas e impermeable a las corrientes cristiano-democráticas que habían modificado profundamente el panorama político de otros Estados. En España, el centro moderado representado por la burguesía urbana era débil, y la Iglesia todavía era un puro y simple instrumento de un gobierno opresivo y no, como en el resto de Europa, un lugar para la mediación de los conflictos sociales.

Habla de hace un siglo, pero la cosa venía de lejos…

[Paolo Viola, Il Novecento. Turín, Einaudi, 2000, p. 172].

Las guerras del lenguaje, o la importancia de decir las cosas

El director del Instituto Cervantes, Víctor García de la Concha, no se olvida de que también ha sido director de la RAE y dice que hablamos un español «zarrapastroso». Lo cual es cierto. Cuando le preguntan si es casualidad que la degradación de un país y la de su lenguaje vayan de la mano, recuerda que

El fascismo cambió el lenguaje para dar idea de camaradería, y los regímenes totalitarios tratan de borrar ciertas palabras. Somos lengua, un Estado es lengua, de ahí que la cultura no sea un adorno, sino algo que nos constituye y nos hace.

Y de ahí que sea tan grave lo que este Gobierno está haciendo con la cultura ante la mirada impasible de la mayoría, que aceptamos tácitamente que hay que recortar y, por lo tanto, arte y cultura y divulgación –que son secundarios y solo sirven para hacer bonito–, tienen que ser las primeras víctimas de la tijera.

Nicolas Maquiavelo, Niccolo Machiavelli

1. Nicolás Maquiavelo recordaba, hace unos 500 años, uno de los errores que cometió la Iglesia Católica respecto la cultura clásica romana: hablar su mismo idioma. El hecho de no abandonar el latín sino, al contrario, apropiárselo como el idioma oficial de los eruditos y letrados, permitió que durante el Renacimiento se volviera a los textos de los filósofos y naturalistas paganos y se divulgaran ideas con tintes herejes, como la teoría de los mundos infinitos de Giordano Bruno o la interpretación circular de la historia del mismo Maquiavelo.

Según el pensador florentino, los antiguos romanos sí cancelaron de la memoria colectiva el idioma de los etruscos, antiguos pobladores del Lacio, consiguiendo con ello su efectiva aniquilación. Nadie lograba descifrar, siglos después, las inscripciones que dejaron en lápidas y estelas. Sus mismos descendendientes eran incapaces de entender la cultura de sus antepasados. Conclusión: la victoria definitiva sobre el adversario no se da en la guerra, sino en el campo de batalla de la memoria y la cultura. El arma definitiva, ahí, es el lenguaje. El imperio romano era, también, el imperio del latín.

La Iglesia se sirvió de este idioma y, con ello, perpetuó la cultura romana clásica. En la Edad Media la Inquisición, sabedora de la imposibilidad de cancelar el latín, se conformó (es un decir) con el hecho de que lo hablara un reducido número de personas. Ante la invención de la imprenta, el control de las traducciones de los textos clásicos se volvió el arma fundamental para mantener el adoctrinamiento dogmático de la mayoría de la población.

2. Teniendo esto en cuenta, creo que es difícil sobrevalorar la importancia del lenguaje. El lenguaje cotidiano –escrito en e-mails y periódicos, el que se habla en la calle y el que escuchamos en el telediario– incide en la calidad de la cultura. El olvido de ciertos términos, o la falta de precisión, tiene costes que no son solo culturales.

Ahora es cuando viene el de siempre con aquello de que…

a mí estos viejunos de la Academia no me tienen que decir cómo hablar mi idioma. Yo hablo como quiero y el lenguaje es un ser vivo que evoluciona y no vamos a estar hablando como si fuera el siglo XIX y qué se creen y tal y tal…

Por supuesto, cada uno es libre de hablar y escribir como quiera, pero ¿porqué damos por sentado que hablamos «como queremos»? ¿Somos realmente libres cuando elegimos usar un término y no otro? En la actualidad puede que no exista la Inquisición como tal, pero siguen operando mecanismos de censura y autocensura que, propagados desde determinadas instituciones, distorsionan el lenguaje y, con ello, nuestra percepción de la realidad.

Uno de estos mecanismo es la corrección política. Otro, las modas lexicales. Es cuando, de repente, empezamos a oír por todas partes, sin saber porqué, expresiones como «poner en valor», «veremos a ver», «emprendedurismo» o «la marca España». Son expresiones feúchas y, en muchos casos, no son inocuas. Un ejemplo: cierto discurso político ha adoptado el término «la marca España» como excusa para anteponer la «buena» imagen de nuestro país en el extranjero a las necesidades y problemas de sus ciudadanos. En este sentido, entender España como una marca justifica la sumisión y el consentimiento hacia aquellas medidas que muchos consideramos injustas para lograr, así, una buena imagen del país –que sería el valor más importante.

marca españa

Dice Cinco Días que ‘La Roja anima el consumo y reactiva la marca España’. Me quedo más tranquilo.

«Marca España» es un término propio del márketing que, de manera subrepticia, introduce en nuestra mente la idea de que España es un producto con un determinado valor, una fábrica cuyo fin es vender en el extranjero. ¿Qué vende? Cualquier cosa: la imagen del país, sus empresas, incluso las personas que lo habitan. Nosotros mismos, se nos dice, tenemos que ser marca. Cualquier cosa es susceptible de objetivarse y convertirse en mercancia bajo el prisma comercial que encierra el término. Nos olvidamos, así, de que antes que una marca España es la suma de sus ciudadanos y el objetivo último de sus gobernantes no es vender, sino garantizar un estado del bienestar. ¿Que una cosa lleva a la otra? Puede, pero no siempre, y eso no hay que perderlo de vista.

3. En septiembre tres profesores publicaron en El País un buen artículo sobre la ocupación del lenguaje perpetrada por la clase política actual mediante la creación y propagación de determinados conceptos. Ejemplos: el manido «hemos vivido por encima de nuestras posibilidades» o «hay que lograr la confianza de los mercados» –expresión que personaliza y dota de sentimientos a un ente anónimo como el mercado, cuyo único objetivo es ganar dinero.

También está lo de «España está haciendo los deberes«, que nos describe como malos estudiantes que tienen que aplicarse para pasar una reválida. La expresión transmite un cierto paternalismo (esos padres que obligan a los hijos a hacer los deberes por su bien) y nos infunde la idea de que nos hemos portado mal y estamos pasando un mal necesario para lograr un éxito futuro: ¿pero qué culpa tenemos exactamente? ¿En qué consiste ese éxito prometido? ¿Cuál es el examen? ¿Qué ganamos exactamete si lo aprobamos? La familiaridad de la comparación nos hace olvidar el duro contraste con el objeto que compara, la dolorosa realidad: la gente no se suicida por no hacer los deberes, sino porque la desahucian de su casa.

Oímos a muchos periodistas preguntarse porqué Rajoy no habla de «rescate», o porqué Montoro no dice «amnistía fiscal». La respuesta es clara: construimos nuestra realidad a través del lenguaje, por lo que negarle el nombre a un determinado hecho supone negarle su realidad: si no lo nombro no existe, y si logro que los demás dejen de nombrarlo dejará de ser percibido con la connotación negativa que le da su nombre. Es decir, que dejará de existir como tal. El lenguaje, desde este punto de vista, es el arma y también el campo de batalla. Lo que está en juego es la realidad compartida por todos y la posibilidad de entendernos cuando hablamos de lo que más importa.

Vamos, ¡que hay que hablar bien, joder!

Bankia y la narrativa valenciana

1. Llegar a la realidad desde la ficción.

Societat Limitada Ferran TorrentEn su novela Societat Limitada Ferran Torrent describe una escena que estos días no deja de dar vueltas por la cabeza: Francesc Petit, cabeza de lista del imaginario Frente Nacionalista Valenciano para las elecciones autonómicas, se reúne con Antonio Sospedra, Director Gerenal de la caja de ahorros Bancam, para pedirle un préstamo de 125 millones de pesetas con el que financiar la campaña electoral. Para garantizar la solvencia económica de su partido, Petit apela a los buenos resultados electorales que las encuestas le pronostican, y recuerda a Sospedra que los otros dos partidos mayoritarios reciben préstamos mucho más generosos. Se trata, sin embargo, de argumentos de poco peso para el director, quien le replica que el FNV ya está endeudado hasta las cejas y le pide una garantía real de solvencia: «nosotros no vivimos de promesas sino de bienes tangibles. La política no es un bien evaluable. Tenemos que responder ante los impositores y las instituciones».

Parece una afirmación hipócrita pero en el fondo es cierto: debe responder ante la institución que realmente gobierna la caja. Terminada la reunión descubrimos que la persona ante la que responde Sospedra es Júlia Aleixandre, subsecretaria de la presidencia de gobierno valenciano, quien le ha ordenado que no conceda ningún crédito al FNV para forzarles así a acudir a ella. Dado que su partido ostenta la mayoría en el consejo de administración de la caja, Petit le pedirá el crédito a Aleixandre. Ésta, a cambio, le exigirá que entregue a su partido (el «partido conservador») las ocho alcaldías en las que el FNV gobierna en coalición con los socialistas. Todavía ignaro de esta trama, Petit abandona el despacho de Sospedra con el magro botín de dos libros editados por Bancam: uno de recetas de cocina valenciana y otro de rondallas tradicionales. Obra social.

Como decía aquél, cualquier parecido con la realidad es inevitable. No hay que ser muy avispado para ver a Bancaja, que ahora forma parte de Bankia, detrás de esa ficticia Bancam. De este modo, los poco honorables enredos políticos y empresariales descritos por Torrent ayudan a entender, al menos en parte, el desastre bancario que ocupa las portadas de los periódicos de estos días. No es ningún descubrimiento pero conviene recordarlo: el desastre de Bankia lleva muchos años gestándose en el despacho de los Directores Generales de las diversas Bancam españolas: malos criterios empresariales, nefastas dependencias políticas y nulos controles externos han llevado a esta situación.

2. Llegar a la ficción desde la realidad.

societat limitada Ferran Torrent Bankia

Buscando «Sociedad Limitada» en Google me sale Tamara Falcó. No digo ná y te lo digo tó (fuente: vanitatis.com).

Pues parece ser que Bankia necesitará 23.000 millones de euros para «sanearse», «recapitalizarse», «reinventarse» o [pongan aquí su eufemismo preferido]. Decían en la radio que salimos a unos 500 euros por español. Bien. Apunta Goirigolzarri, el presidente de la entidad, que no se trata de un préstamo sino de «capital»: «es capital y no hay que hablar de devolver nada, sino de crear valor para los accionistas«. Crear valor. Hay que darle valor a esos activos tóxicos. Hay que poner en valor Bankia. ¿No es lamentable la moda esta de «poner en valor» todo? ¿Por qué se usa tanto la expresión? ¿No les parece un horror? Cuidado amigos. Esta clase de nuevos palabros suelen estar al servicio de la ficción, pero esta vez de la mala ficción, la que se usa para enmascarar la realidad y no para iluminarla. Ese «poner en valor» se traduce, en definitiva, en pagar por acciones que no valen nada para venderlas el día de mañana, cuando valdrán mucho más, y recuperar así lo pagado. Simple. ¿Y cómo sucederá esto? Goirigolzarri lo tiene claro: va a hacerlo tan bien al frente de Bankia que en unos años nos quitarán las acciones de las manos. Así, tal cual. Mucha alta finanza y muchos MBAs, pero cuando se planta ante un micrófono para explicarnos el tema el presidente nos sale con el cuento de la lechera. De las ficciones en que quiere envolvernos Rajoy mejor no hablamos, que daría para un par de entradas más.

Conclusión: los protagonistas de este embrollo se valen, vaya usted a saber por qué, de narraciones torpes, cuyo final adivinamos, y que no logran lo que pretenden, que es enmascarar lo que realmente ha ocurrido con Bankia. La ficción de Torrent, en cambio, nos ayuda a entenderlo todo mejor. Para que luego digan que la literatura no tiene aplicación práctica. En fin.

[Las cita es de Ferran Torrent, Societat limitada. Barcelona, Columna, 2002, p. 34, traducida por un servidor. Lo dicho, un crack].

Los años salvajes del blog español

¿Cuál fue el primer blog que leyeron? ¿En qué año se dio esa experiencia iniciática?

Yo lo recuerdo bastante bien: debía ser finales de 2002, me bajaba canciones con el Napster y jugaba al Half-Life con mi flamante tarjeta gráfica N-vidia de 8 megas. Los buscadores de referencia eran Altavista o el de Terra, y el navegador Netscape. Por aquel entonces uno no corría el peligro de consumirse la vida en internet: en lo que tardaba en cargar una página tenías el tiempo suficiente para reflexionar sobre la necesidad de verla.

A ver, el primer blog. Pues era de una chica que hablaba de sus cosas de cada día, en plan «querido diario, hoy he hecho todas estas cosas fascinantes, y he pensado estas otras cosas más fascinantes todavía». Viendo aquello uno se preguntaba:

¿Pero esto qué leches es?

Y pasaba a otra cosa.

terra, 2002, buscador

Esto lo veía todos los días para acceder a mi correo. La web de Terra el 23 de Noviembre de 2002

Pasados uno o dos años descubrí que el panorama había cambiado. Los blogs ya no eran «queridos diarios», o al menos no sólo. Descubrí algunos en los que gente inquieta y creativa se dedicaba a escribir sobre sus paranoias y obsesiones con buena traza y una extraña erudición. Muchos de los primeros que frecuentaba son bastante famosos, como el desaparecido blog de Nacho Vigalondo, en el que el director tejía extrañas relaciones entre el cine, los video-juegos y la vida. Ahí estaba (sigue estando) también el Focoblog de John Tones, el gabinete del Doctor Zito, El Blog Ausente, el No Recomendable de Raúl Minchinela, El Emperador de los Helados de Noel Burgundy, y algunos más.

Recuerdo de manera especial El Misterio de los Intervalos de Silencio, desaparecido blog del escritor barra muchas otras cosas Rubén Lardín, con una calidad estética y una capacidad de desasosiego fuera de lo normal. Éste sí que era un «querido diario», pero a lo salvaje.

No soy el único que se aficionó a leer a estos señores, y algunos de ellos son considerados pioneros en la escena digital nacional, sea eso lo que sea (a mí no me pregunten, lo pone aquí. Bueno, está escrito por ellos mismos pero me lo creo). ¿Qué me gustaba de estos blogs? En pocas palabras, que hablaban de cosas estúpidas de manera inteligente. Es decir, que eran blogs que hablaban de imitadores de Bruce Lee, de la narrativa de las películas de Van Damme o de las implicaciones psicológicas de Green Beret, y lo hacían tomándose el tema en serio. Creo que fueron de los primeros que dieron alas en internet a ese tipo de acercamiento a la cultura popular, que llevaron ese discurso de los fancines, que leían los modernos de ciudad, a un espacio al alcance de todos de manera instantánea. Creo.

Aquí nos podríamos poner en plan sociológico y hablar de la sobreexposición de una determinada generación (la mía) a ciertos productos culturales de consumo de masas. De su asimilación por parte de niños que, al crecer, no tuvieron prejuicios a la hora de volver a ellos y reproponerlos desde un punto de vista «adulto», atendiendo a sus implicaciones antropológicas, sociales y filosóficas. De un público de esa misma generación y con los mismos referentes culturales dispuesto a acoger esas relecturas. De su influencia en el cine, el cómic y las artes actuales, y tal y cual.

green beret, videojuego

Green Beret. Nivel de dificultad: el infierno en la tierra

Esto es un poco sociología barata pero se podría hacer. Ahora bien, lo que a mí me gustaba era la subversión implícita en todos estos blogs del discurso académico oficial y de la distinción, que le es propia, entre alta y baja cultura. Es decir, que lo que ellos hacían era coger a profesores y periodistas culturales y decirles: «ustedes en sus universidades y suplementos culturales hablan de Tolstoi, de arquitectura románica y de filosofía analítica. Yo voy a dar clases en mi blog de cine de derribo, lo voy a convertir en un Tema Importante y la gente lo ta va tomar en serio».

No sé si se podría decir que intentaban reformular el canon cultural occidental, o que utilizaban internet para crear uno nuevo.

Por supuesto que esto de la subversión cultural no es nada nuevo. Mezclar alta y baja cultura ya lo hizo Rabelais con Gargantua y Pantagruel y, poco después, Cervantes. Desde Rabelais y su mundo, de Mijail Bajtín,  la disciplina de la historia cultural es consciente de la necesidad de conocer la frontera que cada sociedad establece entre alta y baja cultura, frontera que hay que romper si queremos conocer en profundidad una determinada cultura. Ahora bien, esto que digo es un discurso propio de la Academia y considerado por todos nosotros como alta cultura. Hay un aspecto metalingüístico insoslayable para el académico: yo hablo de baja cultura, pero para ser tomado en serio tengo que hacerlo según los parametros que me marca el sistema académico, de manera que mi discurso sobre baja cultura pueda ser considerado como alta cultura.

En cambio, los blogs que cito daban un salto fuera de la jaula donde se encierra este discurso académico. Podían hacerlo con éxito porque aterrizaban en el blog, formato donde se dan dos características fundamentales: libertad de expresión (bueno, al menos para decidir lo que es serio y lo que no) y acceso a un público mucho mayor que el de los fancines, que hasta ese momento eran las únicas publicaciones que ejercían ese tipo de discurso.

El caso es que pasado el tiempo dejé de leer la mayoría de estos blogs: ¿Por qué dejé de leerlos?

  • Primero, porque yo tenía una vida con la que seguir adelante y unos ritos académicos que pasar, y las teorías y divagaciones sobre las películas malas de Nicolas Cage, por mucho que me entretuvieran, no me ayudaban a ello. Aquella era una información con la que yo no construía nada concreto (ni falta que hacía: no era esa la intención de los autores), así que tuve que elegir.
  • Segundo, por un cierto aire de camarilla y colegueo que reinaba entre los blogueros. Es algo normal, e incluso inevitable, que se conocieran y recomendaran unos a otros, hablaran de ellos mismos… pero eso a la larga hace que uno pierda el interés inicial: no vas a estar siempre leyendo al mismo grupo de coleguillas.
  • Tercero, y tal vez lo más importante, a un cierto punto algunos empezaron a adoptar los mismos vicios del discurso académico oficial que ellos, de manera implícita, criticaban. Recuerdo un bloguero que escribió un post sobre una conferencia que había dado el creador de la serie House en Barcelona, y se mofaba de una conferencia anterior sobre literatura rusa, en plan: «hablan de Tolstoi, menudo festival». Sin quererlo, el bloguero había establecido una nueva distinción entre alta y baja cultura, diversa de la académica, claro, pero no por ello menos discriminatoria: «House mola; Tolstoi es un tostón»; «series americanas, bien; literatura rusa del XIX, mal». No es la única distinción de ese tipo que advertí. A partir de ese momento me pareció que en internet podía resultar más subversivo y arriesgado hablar de Tolstoi o de Pico della Mirandola que de zombies y Godzilla. Desde luego, es mucho menos popular.
Leon Tolstoi en 1908

 Leon Tolstoi en 1908. Un respeto.

Ahora he vuelto a pensar en todos ellos a raíz de una entrada conmemorativa y a la vez crítica en el blog del Dr. Zito. ¿Qué ha pasado con todos estos blogs? Algunos han desparecido, como el blog de Lardín o el de Vigalondo. Otros se han trasladado a páginas web de revistas, donde siguen a su marcha. Otros se han diversificado: No Recomendable, por ejemplo, dio lugar a las desafiantes Reflexiones de Repronto. Atareados sus autores en otros proyectos, esos blogs han quedando relegados a un segundo plano. Poco o mal atendidos, muchos quedan reducidos a escaparate de enlaces, imágenes o vídeos. Y claro, para hacer eso ahora tenemos Tumblr, Twitter y Facebook, lugares donde emigran muchos ex-blogueros.  Como nota el Dr. Zito, ahora resulta más sencillo enlazar algo en una red social que escribir una entrada en un blog, así que parece que el panorama cambia y el formato blog, después de la explosión inicial, tiende a desaparecer y, con él, la creatividad, la subversión, el canon reload y todo lo demás.

¿El blog ha muerto? ¿Y si lo hace qué leches enlazamos ahora desde Twitter y Facebook? Lo crean o no, éste era el tema del que quería hablar en esta entrada, pero claro, uno se enreda contando batallitas y pasa lo que pasa, así que cuelgo el «to be continued» y les emplazo a la próxima, apasionante entrada sobre el futuro de los blogs.

[Por ser breve he dejado de lado dos categorías de blog a las que también era muy adicto: blogs de crítica cinematográfica y blogs de guionistas, que son para darles de comer aparte. De estos últimos no puedo dejar de recomendar thehardmenpath, de Alejandro Pérez, con unas entradas que no tienen desperdicio, ya hablen de la crisis económica ya de las películas de Disney. Por cierto, El Misterio de los Intervalos de Silencio está desaparecido, pero pueden leerlo en parte aquí, gracias a la Wayback Machine de Internet Archive (¿de dónde voy a sacar si no una captura de pantalla del portal de Terra en 2002?)]

La política y el dolor ajeno. Mariano Rajoy, Tony Judt, Desmond Morris

Ustedes ya lo saben, así que seré breve: el otro día está Mariano Rajoy en Bruselas de «charla informal» con su homologo finlandés, Jyrki Katainen (traductor de por medio, claro. No sé cómo puede una charla ser informal así), momentos antes de iniciarse el Consejo Europeo, y le suelta eso de:

La reforma laboral me va a costar una huelga general

Y claro, se arma la que se arma. Que por qué nos tenemos que enterar de esas maneras, que por qué dice fuera lo que no se atreve a decir aquí, que qué falta de respeto hacia los españoles, etc. Recuerdo un colaborador del programa Asuntos Propios, de rne1, indignado por el tono en que lo dice: así, sin darle importancia, como quien comenta los gajes del oficio: «¿sabes el otro día lo que me pasó?», «pues sí, ya ves tú», «si es que estas cosas son así», y tal.

Y claro, uno piensa que para esta gente, que son políticos de profesión, una huelga general es un gaje del oficio. Si eso fuera un congreso internacional de física, hablarían cada uno de sus experimentos. Si fuera de abogados, de los casos que tiene cada uno en su país. Como es un congreso de presidentes del gobierno, pues hablan de política, claro, pero no a la manera en que lo hacemos nosotros, sino con ese tonillo medio de resignación que les da la familiaridad profesional que tienen con el tema:

— ¿Qué tal las cosas por Finlandia?

— Así así. El otro día me grabaron un ministro haciendo cosas raras con un koala y lo he tenido que dimitir.

— Qué barbaridad. Pues yo estoy ahora con una reforma laboral que seguro que me cae una huelga que no veas.

— Hay que ver cómo está el patio últimamente. Ya verás como esto te gusta. En el bar hay 2×1 hasta las ocho.

Tony Judt, Fernando Vicente, política, moral, dolor

Tony Judt retratado por Fernando Vicente

No sé, cosas así. ¿Que qué me parece? Pues normal. Lo que me inquieta es el reverso de la moneda, cuando vuelven a sus respectivos países y se dirigen a los ciudadanos y estas cosas ya las dicen de otro modo: «es una situación grave», «hemos tomado decisiones muy difíciles», «tenemos que hacer sacrificios», todo dicho con cara muy de circunstancias. Y claro, esos deslizamientos a la primera del plural dan qué pensar: ¿quiénes «hemos» tomado esas decisiones? ¿para quién son difíciles? ¿quiénes nos «tenemos» que sacrificar? Son declaraciones genéricas, bastante habituales hoy en día, que me hacen recordar algo que le leí el otro día a Tony Judt.

Judt es un historiador recientemente fallecido que, poco antes de morir, escribió dos libros sobre su presente y el de todos. Uno de ellos es Algo va mal y en él denuncia, entre otras cosas, el vocabulario pretendidamente ético que los políticos actuales han introducido en su discurso para reforzar sus argumentos económicos.

Cuando imponen recortes en las prestaciones sociales –cuenta Judt–, los legisladores estadounidenses y británicos se enorgullecen de haber sido capaces de tomar ‘decisiones difíciles’. Los pobres votan en mucha menor proporción que los demás sectores sociales, así que penalizarlos entraña pocos riesgos políticos: ¿eran tan ‘difíciles’ esas decisiones? Actualmente nos enorgullecemos de ser lo suficientemente duros para infligir dolor a otros.

Infligir dolor a otros. La expresión es fuerte, de las que se usan para hablar de violencia y crímenes. ¿La política de recortes y austeridad es violenta? ¿Recortar las pensiones supone infligir dolor a los más pobres? ¿Los políticos actuales hacen daño a quien menos tiene? No quisiera resultar demagógico pero creo que sí. Y claro, hacer daño no es fácil ni agradable, al menos para las personas no acostumbradas a la política y con un cierto grado de empatía. Pienso en la reciente ministra de trabajo italiana, Elsa Fornero, llorando al anunciar los recortes que van a realizar para ahorrar 25.000 millones de euros.

La ministra italiana Elsa Fornero llora al anunciar los recortes

La ministra italiana Elsa Fornero llora al anunciar los recortes

¿Por qué llora Fornero? Porque no está acostumbrada a la profesión del político. Es una persona con un perfil de carácter técnico, ajena al mundo de la carrera política, y para ella ni los recortes ni las huelgas son un gaje del oficio. No ha ido a clases de interpretación ni tiene asesores de comunicación que le expliquen cómo tiene que decir las cosas en público. No necesita parecer preocupada ni compungida porque, simplemente, lo está.

No me malinterpreten. Con esto no quiero decir que los políticos sean unos desalmados sin sentimiento ni capacidad de empatizar con los demás. Simplemente quiero decir que, desde que la política se vuelve una profesión que se enseña, el disimulo, el engaño y la apariencia forman parte intrínseca de ella. Habrá políticos con una mayor capacidad de empatizar con el dolor y el sufrimiento que están infligiendo a los demás, y los habrá con una capacidad menor. Pero en todos ellos se da, de manera inevitable, un cierto distanciamiento respecto a los problemas y el dolor que están padeciendo muchas de las personas para quienes gobiernan, sobre todo, imagino, en lo que respecta a políticas estatales o internacionales.

Esto me recuerda otra cosa que leí hace mucho tiempo: Desmond Morris es un zoólogo y etólogo inglés que, para mi sorpresa, todavía sigue en activo y publicando. En 1969 escribió El zoo humano, un libro en el que compara el comportamiento de los líderes políticos mundiales con el de los jefes de las tribus de primates. La conclusión es que no hay mucha diferencia: en muchos casos, los comportamientos políticos son de carácter irracional y obedecen a ciertas constantes primarias, de tipo instintivo, que se hallan presentes tanto en las tribus humanas como en las simiescas. Pues bien, Morris, que escribe en plena guerra fría, se pregunta cómo podría evitarse el peligro de una guerra global entra la URSS y los EEUU. Las guerras, dice Morris, tienen muchas ventajas para el dirigente moderno:

En primer lugar, no tiene que arriesgarse a que le dejen el rostro ensangrentado. Además, a los hombres que envía a la muerte no los conoce personalmente: son especialistas, y el resto de la sociedad puede continuar su vida cotidiana. (…) Y tener un enemigo exterior, un villano, puede convertir en héroe a un dirigente, unir a su pueblo y hacerle olvidar a éste las rencillas internas.

Human Zoo, zoo humano, Desmond MorrisLa posibilidad de morir es lo que modera las guerras que emprenden las tribus de primates, cosa que no sucede con los cabecillas de las supertribus humanasLa respuesta, por tanto, es sencilla: evitaremos la guerra global entre los dos países destruyendo los refugios nucleares de sus respectivos presidentes, exponiéndoles al peligro. A ninguno de los dos se le ocurrirá lanzar un ataque nuclear cuando sea su propia vida la que esté en juego.

De nuevo: resulta más fácil infligir dolor a los demás que a nosotros mismos. Extrapolando este razonamiento a la política del sufrimiento de la que estamos siendo objeto en estos días, ¿qué solución obtenemos? Los políticos se pensarían dos veces los ajustes si éstos les afectaran directamente: si sus familiares se quedaran sin trabajo y su sueldo se viera mermado. Si esa primera persona del plural que suelen utilizar respondiera a la realidad. Si las decisiones fueran «difíciles» también para ellos y la «dureza» de los recortes no fuera una simple metáfora.

Confieso que no me queda claro si esto es sentido común o demagogia barata. ¿Sería esto una solución? Resulta tan sencilla como difícil de llevar a la práctica, al menos mientras la política continúe siendo una profesión per se y existan la comunicación política y los asesores de imagen. Sí podría ser un punto de partida, una prueba más de la necesidad que tenemos hoy en día de replantearnos el sentido de la política y la función de los políticos. ¿Hay lugar para la compasión en la política actual?

[Precisamente de replantearse la política, de redefinir la socialdemocracia y de la compasión trata el libro de Judt, una especie de testamento político sobre el que me gustaría volver algún día en este blog. Las citas son de: Tony Judt, Algo va mal. Madrid, Taurus, 2011, p. 47; Desmond Morris, El zoo humano. Barcelona, RBA, 1993, p. 107].

Actualización (13/2/12). Curiosamente, poco después de terminar esta entrada me he encontrado con un interesante artículo sobre las lágrimas de Fornero. El ángulo es otro, claro. También me he encontrado con el anuncio de una reforma laboral que, me temo, causará dolor e indignación. Aquí unas reacciones en caliente sobre el asunto.

koala

Él nunca lo haría

Un par de cosas que tal vez sé sobre periodismo ciudadano

El periodismo ciudadano es eso de que hoy en día cualquiera crea un blog y se pone a informar sobre un tema que le interesa (ejem), o cuelga una foto en Facebook en la que aparecen Rubalcaba y Chacón montándoselo y es portada de El Mundo, o tuitea en directo la jornada electoral de su pueblo y al día siguiente le apedrean por la calle.

Últimamente me he visto envuelto en varias discusiones en torno al periodismo ciudadano: qué es, en qué consiste, está bien, está mal, me da igual, etc. Las posiciones varían, en gran medida, según la profesión de cada uno de los participantes en el debate. Así, los profesores de periodismo (sobre todo si son jóvenes o están envueltos en proyectos sobre las nuevas tecnologías de la información) suelen mostrarse bastante receptivos al periodismo ciudadano. La gente que no es periodista también suele mostrarse partidaria de este nuevo fenómeno. Para ambos se trata de un modelo de periodismo que se impondrá en el futuro y cambiará las cosas para mejor.

Nick Riviera

Su periodista amigo

Por su parte, los periodistas currantes o pretendientes a tal suelen mostrarse bastante más críticos con el fenómeno. Lo ven como un acto de intrusismo profesional en el que unos aficionados suplantan su labor sin tener la preparación específica necesaria. Es común el ejemplo del médico. Suelen decir: «Yo quiero que mi médico sea licenciado y haya hecho sus examenes y su MIR y sus guardias en hospitales. Si me viene un doctor Nick Riviera diciéndome que es médico ciudadano probablemente huya (a menos que me apellide Simpson). Pues con el periodismo pasa lo mismo: no es fiable la información que me da un señor que pasaba por ahí sin haber estudiado la manera adecuada de contrastar y transmitir dicha información».

La verdad es que cada una de las posiciones cuenta con argumentos bien fundados, pero lo que las explica no es tanto el argumentario como las circunstancias de quien lo maneja: un profesor universitario no tiene problemas en aplaudir el periodismo ciudadano porque no es su puesto de trabajo el que está en juego si dicha práctica se extiende. Alguien que no es periodista ve en él una ocupación más que añadir a su currículum; piensa: «hey, mi blog sobre películas de zombies es un claro ejemplo de periodismo ciudadano«. De esa manera pasa de ser un friki que pierde el tiempo en internet a convertirse en un periodista en ciernes.

Por su parte, alguien que se ha tirado cinco años para sacarse la carrera de periodismo no puede más que estar en contra de este tipo de práctica: su futuro, ya de por sí precario, se vuelve cada vez  más incierto a medida que el invento del periodismo ciudadano se generaliza y la gente acude a él para informarse. Esto último preocupa igualmente a un redactor que trabaja en un periódico y que ve cómo el blog del chaval aficionado al cine le quita trabajo en la sección de cultura, o cómo el tío que tuitea que se oyen tiros en casa de su vecino Osama recibe más atención que cualquier corresponsal enviado por el periódico.

Muy bien, pero más allá de la situación de cada uno, ¿el periodismo ciudadano mola o no?

Pues depende de lo que cada uno entienda por periodismo. Estos dos últimos casos suelen definir periodismo como «esa cosa que se estudia en la facultad de periodismo», y periodista como «señor que tras tirarse cinco años haciendo exámenes en dicha facultad recibe un título». Desde este punto de vista, el que tuitea lo de Osama no es periodista ciudadano, y con razón; el chaval del blog de zombies tampoco.

Ahora bien, si por periodismo entendemos «dar información de actualidad de manera veraz, contrastando las fuentes y con un estilo eficaz desde el punto de vista comunicativo», la cosa cambia. El vecino de Osama sigue sin ser periodista, pero el chaval del blog de zombies sí puede serlo si mantiene al público al día y hace su labor de manera honesta y eficaz (periodismo cultural, ni más ni menos). Curiosamente, muchos periodistas de carrera caen fuera de esta definición cuando esconden publireportajes bajo el rótulo de información, presentan programas infumables en televisión o emiten imágenes de disturbios en Grecia diciendo que son de manifestaciones españolas (no miro a nadie).

Viñeta de El roto. Periodismo, propaganda, manipulación

Viñeta de El roto, claro (vía El País)

Hay un cambio radical entre uno y otro criterio: el primero viene a decir que periodista se es, mientras que el segundo afirma que el periodismo se hace. ¿Qué quiere decir esto? Pues que se es periodista únicamente cuando se transmite la actualidad de manera veraz, independiente y eficaz, y que no se es periodista cuando se hace otra cosa, por mucho título que tenga uno. No se es periodista, sino que se hace periodismo. Ahora bien, hacer periodismo no es fácil ni sencillo, ni en papel ni en blog, ni en ciudadano ni en súbdito, ni por uno mismo ni para El País. Haberlo estudiado durante cinco años supone aprender una serie de métodos, prácticas y técnicas que seguramente ayudan a hacerlo bien, pero ni es necesario ni, en algunos casos que vemos por la TDT, suficiente: se puede ser periodista sin haber cursado periodismo, de la misma manera que se puede ser escritor sin haber hecho un curso de escritura creativa, o ser filósofo sin haber cursado la carrera de filosofía. Lo que cuenta es el resultado.

El nivel del blog del chaval que escribe sobre pelis de zombies puede superar fácilmente el de las noticias sobre ese género en un periódico generalista, sobre todo ahora que la mayoría han decidido combatir la crisis a base de despidos y reducción de costes, es decir, reducción de calidad informativa. Esto, que en mi opinión lleva a acelerar su desaparición, conlleva también la desaparición de un modelo de periodista: ese periodista todoterreno que escribe de lo que sea  (normalmente bajo unas condiciones de trabajo esclavistas) y lo hace bien, pero sin ser especialista en nada concreto. Su futuro es cada vez más incierto con esto del periodismo ciudadano.

Y mientras en internet la gente escribiendo gratis y quitándole el trabajo. ¿Por qué lo hacen? Imagino que habrá tantas respuestas como blogs. ¿Es eso periodismo? La pregunta correcta es si hacen periodismo, y mucho sí lo hacen, nos pareza bien o no, nos dé más miedo o menos.  En internet una persona puede tener la misma difusión que un gran periódico. El periodista tiene la oportunidad, por primera vez en la historia, de escribir directamente para un público masivo, de contactar inmediatamente con fuentes de todo el mundo y de hacer periodismo de calidad, libre de ataduras empresariales. Supongo que por eso se dice que estamos en un mal momento para los periódicos, pero uno muy bueno para los periodistas.

La cuestión es cómo aprovecharlo.

PD. Aquí un ejemplo: un periodista que hace periodismo del bueno y dice cosas más interesantes que yo sobre periodismo ciudadano.

La novela post-postmoderna. Literatura en la era de internet (1a parte)

Hace unos días, en un post sobre Dublinesca y el futuro del periodismo dejé un hilo suelto bajo la forma de pregunta más o menos retórica:

¿Una novela post post-moderna hecha en la red a base de enlaces, imágenes, entradas de post, de Twitter, etc. sería una genialidad o un engendro?

La conclusión era que ni idea. Mi amigo Paco, gran conocedor de la historia del delirio audiovisual, me comenta que existen varias novelas escritas en forma de intercambio de e-mails. Una de ellas, que se convirtió en un best-seller allende los mares, se llama e y está escrita por un tal Matt Beaumont, escritor muy famoso en Amazon (y sí, Paco me confirma que  es un engendro). En España la han publicado con el título E-mails (no sea que con solo una «e» no pillemos de qué va el asunto). Yo conozco el caso de Contra el viento del norte, novela del escritor austríaco Daniel Glattauer que ha sido un éxito editorial tanto en su país como en Alemania. La verdad es que el título de esta reseña («El amor en los tiempos del e-mail») ya me quita las ganas de leerla, pero vamos, que no puedo opinar porque no conozco ni una ni otra.

Amistades Peligrosas de Pierre Choderlos de Laclos

Ilustración de Charles Monnet para la edición de 1796 de 'Las amistades peligrosas' (vía Wikimedia)

El caso es que estos títulos, lejos de ser post-postmodernos, utilizan un mecanismo narrativo tan viejo como el género novelístico. Realizan una adaptación a los nuevos tiempos de la novela epistolar, género que, curiosamente, nace en España en 1553 con la obra Proceso de cartas de amores, de Juan de Segura (el reseñista aquí habría de titular «El amor en los tiempos de las palomas mensajeras», o algo así). Sin ser un especialista, creo que este género conoce su mayor auge en el siglo XVIII, cuando se publica uno de sus títulos más famosos: Las amistades peligrosas de Pierre Choderlos de Laclos, éxito editorial que ha sobrevivido hasta hoy. Siempre me hizo gracia que Jean-Jacques Rousseau se subiera al carro de esta moda literaria con su novela Julia, o la Nueva Eloísa, un tocho de tropecientas páginas en el que el filósofo ginebrino cuela de tapadillo algunas de sus teorías acerca del individuo y la naturaleza (recuerdo varias cartas dedicadas a comparar los jardines ingleses con los franceses, metáforas del individuo y el estado natural y esas cosas). Es como si hoy en día a Peter Sloterdijk o Slavoj Zizek les diera por escribir una novela histórica, o dibujar un manga, o dirigir una peli de zombies. Sí, para echarse a temblar.

Precisamente Sloterdijk dejaba en una entrevista reciente en El País unas declaraciones que, más allá de su sentido inmediato, reflejan el problema o, tal vez mejor, el miedo que internet produce a los escritores más reconocidos. Hablando del panorama literario de Alemania («no tenemos un escritor equivalente a Don DeLillo o Philip Roth, pero Martin Walser está a la altura de Updike«), dice este filósofo:

Internet es una revolución tan importante como la que produjo Gutenberg con la imprenta. Es cierto que los escritores siempre fueron una minoría, pero hasta ahora fueron una feliz minoría: seguían ocupando un lugar central. Habrá que ver si esa minoría de escritores, en un mundo que se rinde a Lady Gaga, seguirán siendo felices o empezarán a sentirse desdichados

El redactor del periódico eleva al rango de titular de la entrevista un comentario hecho de pasada (seguramente buscando el clic del internauta), así que tampoco puedo opinar mucho, pero lo de que el escritor ocupe un lugar central será en Alemania, digo yo. ¿Está fundamentado este temor? ¿Concierne al futuro de la literatura o al de los escritores? Si desplazamos el punto de vista del estatus social de los escritores al futuro de la novela ante internet, creo que los tiros van por donde dice Juan Francisco Ferré, escritor y ensayista versado en esto del post-postmodernismo. Dice este señor en una entrevista para el diario El Sol que la novela se juega en el terreno de la realidad, sea esta la que sea. Si la realidad actual es internet, es decir, es virtualidad y ficción, entonces el novelista debe rendir cuentas de este extraño simulacro en el que nos ha tocado vivir:

La realidad se muestra alterada por los medios tecnológicos de producción y reproducción de realidad y la literatura, para no sucumbir y desaparecer, debe asumir de un modo creativo los procedimientos y las técnicas de esos medios tan influyentes para ser fiel a esa nueva realidad.

No es posible, por tanto, ser fiel a la realidad, vocación principal del realista, si se ignora la influencia de lo virtual y lo digital en la configuración de eso que por pereza aún llamamos así. Para practicar la mímesis en la actualidad se hace imperativo, por tanto, incorporar las trazas del simulacro que impregna todos los ámbitos de la realidad.

El gran desafío para el escritor consiste en saber si debe seguir siendo fiel a la literatura tal y como ésta ha sido entendida a lo largo del siglo veinte o si debe ser fiel a la realidad como se presenta ésta a comienzos del nuevo siglo.

Benito Pérez Galdós pintado por Joaquín Sorolla

'Con el euro ya nadie se acuerda de mí' (víaWikimedia)

Ojo. Ya no hablamos de aplicar viejos esquemas literarios al mundo de las nuevas tecnologías, sino de «asumir de modo creativo» procedimientos y técnicas propios de esas tecnologías para crear esquemas radicalmente nuevos, por lo menos si se quiere permanecer tan fiel a la realidad como Benito Pérez Galdós hace siglo y medio. Es decir, que si soy un escritor realista me tengo que marcar una novela a base de tuits, e-mails, infografías, enlaces y demás y meterla en internet, tal que la lee don Benito y el bigote le combustiona de manera espontánea (lo recordarán, el bigote, por los antiguos billetes de mil pesetas).  Por cierto, que lo de «la lee» es un suponer: queda la cuestión de si la literatura fiel a la nueva realidad se leería, tal como entendemos el término; si continuaría perteneciendo al género de la novela.

Como digo, yo no tengo ni idea del tema: todo esto no es más que una elucubración un poco exagerada sobre aquello que no llego a imaginarme. Tal vez nadie pueda hacerlo todavía. El mismo Ferré se marca unas novelas, por lo visto, bastante rompedoras, pero que no por eso dejan de estar escritas con tinta, estampadas en papel y vendidas en las librerías. Y esto no es un reproche, ni mucho menos: la mayoría de los que andamos por el mundo nos hemos creado en la cultura del libro, y nuestro punto de vista (sobre las nuevas tecnologías o sobre lo que sea) no puede deshacerse de ese estrato histórico sobre el que se asienta. Estamos hechos de actos como pasar una página, leer de izquierda a derecha y de arriba abajo, cosas así. El mundo puede cambiar muy rápido, pero nosotros no tanto. Por eso creo que la novela post-postmoderna que revolucionará el mundo de la literatura (o se lo cargará, o a saber) no la veremos usted y yo, y en caso de verla ni nos daremos cuenta de que está ahí. Un poco como pasaba con El Quijote.

(continuará)

El proyecto «Transcribe Bentham» recibe el premio Ars Electronica

El pasado 26 de Mayo se dio a conocer la lista de los galardonados con el premio Ars Electronica 2011, uno de los de mayor reconocimiento en el ámbito de las artes digitales. La sección «Comunidades digitales» cuenta entre los premiados con el proyecto de investigación participativa Transcribe Bentham, iniciado el pasado mes de Septiembre en el Centro para las Humanidades Digitales del University College de Londres.

¿En qué consiste? Simple: el año pasado un equipo de estudiosos ingleses se encuentra con que tiene unos 60000 folios manuscritos del filósofo Jeremy Bentham en su archivo y piensa que estaría muy bien poder transcribirlos para editarlos y darlos a conocer al público. El problema es que en la universidad ya llevan cincuenta años dedicados a dicha tarea con escasos resultados: transcribir todo ese material requiere una cantidad de tiempo y dinero enorme, y el equipo no dispone ni de uno ni de otro. Le dan vueltas al asunto hasta que a uno de ellos se le ocurre una idea:

— ¿Porqué no colgamos los manuscritos en la red y que los transciba la gente?
— Wait a minut Philip –le dice su compañero Archivald– ¿crees que la gente va a trabajar gratis en esto?
— Y en caso de que lo hiciera –añade Christopher– ¿te parece que cualquier persona está formada para poder transcribir un manuscrito de Jeremy? (así llaman ellos a Bentham, por la confianza)
— Bueno –contesta Philip. La gente hace cosas más raras gratis, como programar un sistema operativo o subtitular series de los años ’60. Cuanta más gente lo haga menos trabajo para cada uno. Y claro que no serán especialistas en la transcripción, pero mejor eso que tenerlos ahí en el archivo criando polvo. Podemos subir a la red tanto el original digitalizado como su transcripción.

Los demás dan una calada a su pipa, pensativos, hasta que exclaman al unísono:

Yeah man!

Más o menos así inicia el proyecto «Transcribe Bentham». Si uno quiere participar en él basta con acceder a esta página del proyecto,  llamada «escritorio de transcripción», donde puede obtener indicaciones sobre la lectura de los manuscritos y una guía para su transcripción (que se realiza en formato xml). Una vez preparado, se escoge el manuscrito que se quiere transcribir según su fecha, el nivel de dificultad del manuscrito (cual videojuego consolero) o el tema que aborda (crimen y castigo, ley, filosofía moral, panopticon, economia política, religión).

En esta misma página se nos indica el progreso de la transcripción mediante una barra: hoy llevan 1381 folios transcritos, un 31% de los 4322 subidos a la red. Un «Benthamometro» da cuenta con más detalle de este progreso e incluye una lista con el «top ten» de los colaboradores: la «number one» es una tal Diane Folan, quien, con un total de 52075 puntos, es la única en haber alcanzado el nivel experto.

Barra de progreso, puntos, nivel experto… sí, se trata de un juego hecho (imagino) para incentivar la colaboración desinteresada de los internautas. Esto, que puede parecer un tanto extraño, no lo es tanto si se piensa que la investigación es, en buena parte, juego, y tiene un carácter lúdico que conoce bien cualquier historiador. Folan dice participar en el proyecto por la posibilidad que ofrece de concluir una labor editorial que llevaba sobre la mesa más de 50 años. Es un buen incentivo. Otro es el hecho de poder leer y traer a la luz por primera vez pensamientos de un gran filósofo que habían permanecido desatendidos durante siglos. Cualquier internauta, de hecho, puede ser parte de un importante proyecto de investigación que conduce a un resultado inmediato y evidente: el mejor conocimiento de un clásico.

Para fomentar el espírituo de colaboración de la comunidad el equipo responsable del proyecto ha tenido la buena idea de potenciar la interacción con los colaboradores, tanto mediante el foro de la página del proyecto como a través de la cuenta en Facebook y el blog de «Transcribe Bentham». En serio, ¿cuántos proyectos de investigación conocen que tengan un blog para mantener el contacto con el público e informar de lo que hacen?

Imagínenselo en el recibidor de casa

Ahora bien, mi iniciativa preferida es, sin duda, el blog de Jeremy Bentham, en el que el propio filósofo habla sobre temas relativos a la transcripción de sus manuscritos, pide perdón por su ininteligible caligrafía, etc. Todo redactado con un estilo que imita el inglés del siglo XVIII. El título del blog –«pensando dentro de la caja»– hace referencia a un hecho conocido por todos los aficionados a la ilustración inglesa: parece ser que Bentham al morir encargó a su cirujano que su cuerpo fuera embalsamado, pidiendo en su testamento encontrarse presente siempre que sus amigos se reunieran en su honor. Así se hizo. En 1850 el cuerpo fue donado al University College de Londres y, desde entonces, se encuentra dentro de una caja (mitad armario mitad urna) que se exhibe en un claustro de la universidad: sentado en su silla, Bentham sostiene su bastón favorito junto a una pequeña mesa. La cabeza es una réplica en cera de su verdadera cabeza disecada, que antes reposaba a los pies del cuerpo (ahora parece ser que la han quitado). Una amiga que estudió en el King’s College, universidad rival, me contó que en una ocasión unos estudiantes robaron la cabeza para jugar a fútbol con ella. No sé si sucedió realmente, pero sí parece ser cierto que en los años setenta unos chavalotes de ese College secuestraron la cabeza, pidiendo un rescate de 100 libras por ella. La Universidad consiguió rescatarla sana y salva pagando sólo 10. Buen trabajo chicos.

[Más enlaces: aquí una noticia del NY Times del pasado mes de diciembre sobre el proyecto, y que sirvió para impulsarlo en la red y darlo a conocer a mucha más gente; aquí el blog en el que supe del proyecto por primera vez, que encuentran también en el menú de la derecha y que no se deben perder si son aficionados a la historia].

Ernesto Sábato y los límites de la divulgación científica

Conocí por primera vez la obra de Ernesto Sábato gracias a un compañero de facultad llamado Santiago. Era argentino (espero que todavía lo sea), su familia había emigrado a Málaga y él acababa de llegar a Valencia para hacer el doctorado, con resultados un tanto melancólicos. Fuimos amigos un año y ya no lo vi más, por estas cosas de la vida que suceden de repente y que hacen que te quedes con un CD de tangos prestado, o con el libro de Sábato Hombres, engranajes y Heterodoxia -que conservo sin el menor remordimiento porque él se quedó mi vídeo VHS (vale, salí ganando).

De Sábato leí algunos ensayos más (Uno y el universo, tristemente olvidado/robado en un tren de cercanías) y la novela Sobre héroes y tumbas, y luego pasé a otras cosas. Aún así, he seguido recordando algunas de sus tesis y puntos de vista hasta hoy, señal de que se trata de un autor muy bueno.

Para recordarlo se podría sacar a colación el estilo perturbador de su Informe sobre ciegos, o algunas ideas sobre la poca disposición de la mujer hacia el estudio de las matemáticas que, sacadas de su debido contexto, suscitarían sin duda comentarios polémicos e indignados de gente biempensante de hoy en día. Sin embargo, como esto intenta ser un blog sobre humanidades en la era digital, dejaré aquí un extracto suyo de Uno y el universo sobre la imposibilidad de una divulgación científica que sea eficaz y al mismo tiempo veraz.

No, no era la alegría de la huerta

Ernesto Sábato. Así, pensando.

Alguien me pide una explicación de la teoría de Einstein. Con mucho entusiasmo, le hablo de tensores y geodésicas tetradimensionales.

—No he entendido una sola palabra —me dice, estupefacto.
Reflexiono unos instantes y luego, con menos entusiasmo, le doy una explicación menos técnica, conservando algunas geodésicas, pero haciendo intervenir aviadores y disparos de revólver.
—Ya entiendo casi todo —me dice mi amigo, con bastante alegría—. Pero hay algo que todavía no entiendo: esas geodésicas, esas coordenadas…
Deprimido, me sumo en una larga concentración mental y termino por abandonar para siempre las geodésicas y las coordenadas; con verdadera ferocidad, me dedico exclusivamente a aviadores que fuman mientras viajan con la velocidad de la luz, jefes de estación que disparan un revólver con la mano derecha y verifican tiempos con un cronómetro que tienen en la mano izquierda, trenes y campanas.
—¡Ahora sí, ahora entiendo la relatividad! —exclama mi amigo con alegría.
—Sí —le respondo amargamente—, pero ahora no es más la relatividad.

Esta postura no se trata de una ocurrencia sin más: Sábato vuelve en diversas ocasiones sobre el tema del desencuentro entre la visión científica del mundo y la humana. «A medida que la ciencia se vuelve más abstracta y en consecuencia más lejana de los problemas, de las preocupaciones, de las palabras de la vida diaria, su utilidad aumenta en la misma proporción», dice, pero esa utilidad de la ciencia poco tiene que ver con los sentimientos y las pasiones del hombre común.

Esta cosa de la crítica de la racionalidad instrumental y de la ciencia, así en general, es de sobra conocida, y los argumentos empleados suelen ser más o menos rigurosos o fundados. Sábato escribe, por así decir, con conocimiento de causa: no era un hippie hijo de la madre Gaya, sino un físico y matematíco que iba encaminado hacia un brillante futuro acelerando partículas, o vaya usted a saber, hasta que se encontró en París con el surrealismo y la literatura. Su obra, por lo tanto, va tenida en cuenta a propósito de estos temas.

Se ha ido un grande, desde aquí va un modesto homenaje. Por cierto, si quieren saber porqué El País escribe «Sabato» a pesar de que se pronuncia «Sábato» aquí una posible explicación (¿qué pasa? yo me lo preguntaba).

PD. Acaban de anunciar la película de A3 de esta tarde: «Atrapada con un tigre«.Va de una señora que… bueno pues eso, está atrapada en casa con un tigre.  Y no, no es en sentido figurado: se trata de un tigre enorme como los del zoo y la sabana. Con dos cojones.

Modo siesta: activado

Velocidad

En la Edad Media un señor que, pongamos por caso, fuera campesino, sabía desde que nacía cuál iba a ser su lugar en el mundo: trabajar duramente el campo para dar de comer al señor feudal o a la abadía de turno. Cambiar de estado o de posición social era impensable por aquellos años y la cosa resultaba, bien mirado, reconfortante: al menos se sabía con seguridad por dónde iba a ir la vida de cada uno, lo que evitaba sorpresas y sobresaltos de última hora. Eso sí: las perspectivas de promoción no eran lo que se dice alentadoras.

La cosa cambió con el tiempo. Cuando hacía el bachillerato se nos daba a entender que con voluntad, esfuerzo y dedicación uno podía lograr lo que se propusiera. Hoy en día viendo el percal no queda muy claro qué enseñan en el bachillerato, pero entonces una cosa parecía clara: lograr tus objetivos en la vida depende de ti mismo, del tiempo y del esfuerzo que dediques a ellos -por desgracia no nos daban clases sobre especulación urbanística.

Objetivos y tiempo. Hoy en día parece ser que faltan una cosa y la otra. Ted Williams, un señor que hace unos meses vivía en la indigencia, ha pasado, en menos de una semana, a ser visto por once millones de personas, participar en varios programas de televisión, recibir ofertas de trabajo de equipos deportivos, cadenas televisivas y grandes multinacionales. Por lo visto va a hacer una película con Jack Nicholson. Si fuera la Edad Media, Ted habría pasado en cuatro días de mozo de cuadras a emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Si fuera un coche, habría acelerado de 0 a 1000 en pocos segundos. Ir en ese coche no puede ser bueno.

La velocidad de Internet ha atrapado la existencia indigente de Ted Williams –rutinaria como la de un campesino medieval– para lanzarla a la velocidad de la luz. ¿Hacia dónde? Probablemente ni él mismo lo tenga muy claro: es difícil llegar a un sitio sin saber dónde está, por muy deprisa que se vaya. Además, la excesiva aceleración puede marearnos a nosotros y los que nos acompañan en el viaje. Es lo que le ha sucedido a la hija de Ted, que ha discutido con su padre por el (imprevisto) dinero que se les ha venido encima, tras lo cual ambos han sido detenidos. Tal vez en el calabozo, sin banda ancha y desconectado por un momento de la realidad, Ted haya podido vivir unas horas de su existencia con la lentitud necesaria para saber dónde quiere ir.

Actualización. Como la actualidad tiene esta cosa tan suya, que no para de pasar, ahora parece ser que el motivo era la bebida y Ted, cumpliendo fielmente el guión, se va a un centro de rehabilitación. Lo siguiente, evidentemente, será hacer un musical sobre su vida, con lo que los Simpsons se habrán adelantado a la realidad una vez más (no, no encontré el enlace del capítulo en el que van a Nueva York y acuden a ver un musical sobre un actor que va a una clínica de rehabilitación).

Un libro sobre el exceso de velocidad