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La novela post-postmoderna. Literatura en la era de internet (1a parte)

Hace unos días, en un post sobre Dublinesca y el futuro del periodismo dejé un hilo suelto bajo la forma de pregunta más o menos retórica:

¿Una novela post post-moderna hecha en la red a base de enlaces, imágenes, entradas de post, de Twitter, etc. sería una genialidad o un engendro?

La conclusión era que ni idea. Mi amigo Paco, gran conocedor de la historia del delirio audiovisual, me comenta que existen varias novelas escritas en forma de intercambio de e-mails. Una de ellas, que se convirtió en un best-seller allende los mares, se llama e y está escrita por un tal Matt Beaumont, escritor muy famoso en Amazon (y sí, Paco me confirma que  es un engendro). En España la han publicado con el título E-mails (no sea que con solo una «e» no pillemos de qué va el asunto). Yo conozco el caso de Contra el viento del norte, novela del escritor austríaco Daniel Glattauer que ha sido un éxito editorial tanto en su país como en Alemania. La verdad es que el título de esta reseña («El amor en los tiempos del e-mail») ya me quita las ganas de leerla, pero vamos, que no puedo opinar porque no conozco ni una ni otra.

Amistades Peligrosas de Pierre Choderlos de Laclos

Ilustración de Charles Monnet para la edición de 1796 de 'Las amistades peligrosas' (vía Wikimedia)

El caso es que estos títulos, lejos de ser post-postmodernos, utilizan un mecanismo narrativo tan viejo como el género novelístico. Realizan una adaptación a los nuevos tiempos de la novela epistolar, género que, curiosamente, nace en España en 1553 con la obra Proceso de cartas de amores, de Juan de Segura (el reseñista aquí habría de titular «El amor en los tiempos de las palomas mensajeras», o algo así). Sin ser un especialista, creo que este género conoce su mayor auge en el siglo XVIII, cuando se publica uno de sus títulos más famosos: Las amistades peligrosas de Pierre Choderlos de Laclos, éxito editorial que ha sobrevivido hasta hoy. Siempre me hizo gracia que Jean-Jacques Rousseau se subiera al carro de esta moda literaria con su novela Julia, o la Nueva Eloísa, un tocho de tropecientas páginas en el que el filósofo ginebrino cuela de tapadillo algunas de sus teorías acerca del individuo y la naturaleza (recuerdo varias cartas dedicadas a comparar los jardines ingleses con los franceses, metáforas del individuo y el estado natural y esas cosas). Es como si hoy en día a Peter Sloterdijk o Slavoj Zizek les diera por escribir una novela histórica, o dibujar un manga, o dirigir una peli de zombies. Sí, para echarse a temblar.

Precisamente Sloterdijk dejaba en una entrevista reciente en El País unas declaraciones que, más allá de su sentido inmediato, reflejan el problema o, tal vez mejor, el miedo que internet produce a los escritores más reconocidos. Hablando del panorama literario de Alemania («no tenemos un escritor equivalente a Don DeLillo o Philip Roth, pero Martin Walser está a la altura de Updike«), dice este filósofo:

Internet es una revolución tan importante como la que produjo Gutenberg con la imprenta. Es cierto que los escritores siempre fueron una minoría, pero hasta ahora fueron una feliz minoría: seguían ocupando un lugar central. Habrá que ver si esa minoría de escritores, en un mundo que se rinde a Lady Gaga, seguirán siendo felices o empezarán a sentirse desdichados

El redactor del periódico eleva al rango de titular de la entrevista un comentario hecho de pasada (seguramente buscando el clic del internauta), así que tampoco puedo opinar mucho, pero lo de que el escritor ocupe un lugar central será en Alemania, digo yo. ¿Está fundamentado este temor? ¿Concierne al futuro de la literatura o al de los escritores? Si desplazamos el punto de vista del estatus social de los escritores al futuro de la novela ante internet, creo que los tiros van por donde dice Juan Francisco Ferré, escritor y ensayista versado en esto del post-postmodernismo. Dice este señor en una entrevista para el diario El Sol que la novela se juega en el terreno de la realidad, sea esta la que sea. Si la realidad actual es internet, es decir, es virtualidad y ficción, entonces el novelista debe rendir cuentas de este extraño simulacro en el que nos ha tocado vivir:

La realidad se muestra alterada por los medios tecnológicos de producción y reproducción de realidad y la literatura, para no sucumbir y desaparecer, debe asumir de un modo creativo los procedimientos y las técnicas de esos medios tan influyentes para ser fiel a esa nueva realidad.

No es posible, por tanto, ser fiel a la realidad, vocación principal del realista, si se ignora la influencia de lo virtual y lo digital en la configuración de eso que por pereza aún llamamos así. Para practicar la mímesis en la actualidad se hace imperativo, por tanto, incorporar las trazas del simulacro que impregna todos los ámbitos de la realidad.

El gran desafío para el escritor consiste en saber si debe seguir siendo fiel a la literatura tal y como ésta ha sido entendida a lo largo del siglo veinte o si debe ser fiel a la realidad como se presenta ésta a comienzos del nuevo siglo.

Benito Pérez Galdós pintado por Joaquín Sorolla

'Con el euro ya nadie se acuerda de mí' (víaWikimedia)

Ojo. Ya no hablamos de aplicar viejos esquemas literarios al mundo de las nuevas tecnologías, sino de «asumir de modo creativo» procedimientos y técnicas propios de esas tecnologías para crear esquemas radicalmente nuevos, por lo menos si se quiere permanecer tan fiel a la realidad como Benito Pérez Galdós hace siglo y medio. Es decir, que si soy un escritor realista me tengo que marcar una novela a base de tuits, e-mails, infografías, enlaces y demás y meterla en internet, tal que la lee don Benito y el bigote le combustiona de manera espontánea (lo recordarán, el bigote, por los antiguos billetes de mil pesetas).  Por cierto, que lo de «la lee» es un suponer: queda la cuestión de si la literatura fiel a la nueva realidad se leería, tal como entendemos el término; si continuaría perteneciendo al género de la novela.

Como digo, yo no tengo ni idea del tema: todo esto no es más que una elucubración un poco exagerada sobre aquello que no llego a imaginarme. Tal vez nadie pueda hacerlo todavía. El mismo Ferré se marca unas novelas, por lo visto, bastante rompedoras, pero que no por eso dejan de estar escritas con tinta, estampadas en papel y vendidas en las librerías. Y esto no es un reproche, ni mucho menos: la mayoría de los que andamos por el mundo nos hemos creado en la cultura del libro, y nuestro punto de vista (sobre las nuevas tecnologías o sobre lo que sea) no puede deshacerse de ese estrato histórico sobre el que se asienta. Estamos hechos de actos como pasar una página, leer de izquierda a derecha y de arriba abajo, cosas así. El mundo puede cambiar muy rápido, pero nosotros no tanto. Por eso creo que la novela post-postmoderna que revolucionará el mundo de la literatura (o se lo cargará, o a saber) no la veremos usted y yo, y en caso de verla ni nos daremos cuenta de que está ahí. Un poco como pasaba con El Quijote.

(continuará)