Ustedes ya lo saben, así que seré breve: el otro día está Mariano Rajoy en Bruselas de «charla informal» con su homologo finlandés, Jyrki Katainen (traductor de por medio, claro. No sé cómo puede una charla ser informal así), momentos antes de iniciarse el Consejo Europeo, y le suelta eso de:
La reforma laboral me va a costar una huelga general
Y claro, se arma la que se arma. Que por qué nos tenemos que enterar de esas maneras, que por qué dice fuera lo que no se atreve a decir aquí, que qué falta de respeto hacia los españoles, etc. Recuerdo un colaborador del programa Asuntos Propios, de rne1, indignado por el tono en que lo dice: así, sin darle importancia, como quien comenta los gajes del oficio: «¿sabes el otro día lo que me pasó?», «pues sí, ya ves tú», «si es que estas cosas son así», y tal.
Y claro, uno piensa que para esta gente, que son políticos de profesión, una huelga general es un gaje del oficio. Si eso fuera un congreso internacional de física, hablarían cada uno de sus experimentos. Si fuera de abogados, de los casos que tiene cada uno en su país. Como es un congreso de presidentes del gobierno, pues hablan de política, claro, pero no a la manera en que lo hacemos nosotros, sino con ese tonillo medio de resignación que les da la familiaridad profesional que tienen con el tema:
— ¿Qué tal las cosas por Finlandia?
— Así así. El otro día me grabaron un ministro haciendo cosas raras con un koala y lo he tenido que dimitir.
— Qué barbaridad. Pues yo estoy ahora con una reforma laboral que seguro que me cae una huelga que no veas.
— Hay que ver cómo está el patio últimamente. Ya verás como esto te gusta. En el bar hay 2×1 hasta las ocho.
Tony Judt retratado por Fernando Vicente
No sé, cosas así. ¿Que qué me parece? Pues normal. Lo que me inquieta es el reverso de la moneda, cuando vuelven a sus respectivos países y se dirigen a los ciudadanos y estas cosas ya las dicen de otro modo: «es una situación grave», «hemos tomado decisiones muy difíciles», «tenemos que hacer sacrificios», todo dicho con cara muy de circunstancias. Y claro, esos deslizamientos a la primera del plural dan qué pensar: ¿quiénes «hemos» tomado esas decisiones? ¿para quién son difíciles? ¿quiénes nos «tenemos» que sacrificar? Son declaraciones genéricas, bastante habituales hoy en día, que me hacen recordar algo que le leí el otro día a Tony Judt.
Judt es un historiador recientemente fallecido que, poco antes de morir, escribió dos libros sobre su presente y el de todos. Uno de ellos es Algo va mal y en él denuncia, entre otras cosas, el vocabulario pretendidamente ético que los políticos actuales han introducido en su discurso para reforzar sus argumentos económicos.
Cuando imponen recortes en las prestaciones sociales –cuenta Judt–, los legisladores estadounidenses y británicos se enorgullecen de haber sido capaces de tomar ‘decisiones difíciles’. Los pobres votan en mucha menor proporción que los demás sectores sociales, así que penalizarlos entraña pocos riesgos políticos: ¿eran tan ‘difíciles’ esas decisiones? Actualmente nos enorgullecemos de ser lo suficientemente duros para infligir dolor a otros.
Infligir dolor a otros. La expresión es fuerte, de las que se usan para hablar de violencia y crímenes. ¿La política de recortes y austeridad es violenta? ¿Recortar las pensiones supone infligir dolor a los más pobres? ¿Los políticos actuales hacen daño a quien menos tiene? No quisiera resultar demagógico pero creo que sí. Y claro, hacer daño no es fácil ni agradable, al menos para las personas no acostumbradas a la política y con un cierto grado de empatía. Pienso en la reciente ministra de trabajo italiana, Elsa Fornero, llorando al anunciar los recortes que van a realizar para ahorrar 25.000 millones de euros.
La ministra italiana Elsa Fornero llora al anunciar los recortes
¿Por qué llora Fornero? Porque no está acostumbrada a la profesión del político. Es una persona con un perfil de carácter técnico, ajena al mundo de la carrera política, y para ella ni los recortes ni las huelgas son un gaje del oficio. No ha ido a clases de interpretación ni tiene asesores de comunicación que le expliquen cómo tiene que decir las cosas en público. No necesita parecer preocupada ni compungida porque, simplemente, lo está.
No me malinterpreten. Con esto no quiero decir que los políticos sean unos desalmados sin sentimiento ni capacidad de empatizar con los demás. Simplemente quiero decir que, desde que la política se vuelve una profesión que se enseña, el disimulo, el engaño y la apariencia forman parte intrínseca de ella. Habrá políticos con una mayor capacidad de empatizar con el dolor y el sufrimiento que están infligiendo a los demás, y los habrá con una capacidad menor. Pero en todos ellos se da, de manera inevitable, un cierto distanciamiento respecto a los problemas y el dolor que están padeciendo muchas de las personas para quienes gobiernan, sobre todo, imagino, en lo que respecta a políticas estatales o internacionales.
Esto me recuerda otra cosa que leí hace mucho tiempo: Desmond Morris es un zoólogo y etólogo inglés que, para mi sorpresa, todavía sigue en activo y publicando. En 1969 escribió El zoo humano, un libro en el que compara el comportamiento de los líderes políticos mundiales con el de los jefes de las tribus de primates. La conclusión es que no hay mucha diferencia: en muchos casos, los comportamientos políticos son de carácter irracional y obedecen a ciertas constantes primarias, de tipo instintivo, que se hallan presentes tanto en las tribus humanas como en las simiescas. Pues bien, Morris, que escribe en plena guerra fría, se pregunta cómo podría evitarse el peligro de una guerra global entra la URSS y los EEUU. Las guerras, dice Morris, tienen muchas ventajas para el dirigente moderno:
En primer lugar, no tiene que arriesgarse a que le dejen el rostro ensangrentado. Además, a los hombres que envía a la muerte no los conoce personalmente: son especialistas, y el resto de la sociedad puede continuar su vida cotidiana. (…) Y tener un enemigo exterior, un villano, puede convertir en héroe a un dirigente, unir a su pueblo y hacerle olvidar a éste las rencillas internas.
La posibilidad de morir es lo que modera las guerras que emprenden las tribus de primates, cosa que no sucede con los cabecillas de las supertribus humanas. La respuesta, por tanto, es sencilla: evitaremos la guerra global entre los dos países destruyendo los refugios nucleares de sus respectivos presidentes, exponiéndoles al peligro. A ninguno de los dos se le ocurrirá lanzar un ataque nuclear cuando sea su propia vida la que esté en juego.
De nuevo: resulta más fácil infligir dolor a los demás que a nosotros mismos. Extrapolando este razonamiento a la política del sufrimiento de la que estamos siendo objeto en estos días, ¿qué solución obtenemos? Los políticos se pensarían dos veces los ajustes si éstos les afectaran directamente: si sus familiares se quedaran sin trabajo y su sueldo se viera mermado. Si esa primera persona del plural que suelen utilizar respondiera a la realidad. Si las decisiones fueran «difíciles» también para ellos y la «dureza» de los recortes no fuera una simple metáfora.
Confieso que no me queda claro si esto es sentido común o demagogia barata. ¿Sería esto una solución? Resulta tan sencilla como difícil de llevar a la práctica, al menos mientras la política continúe siendo una profesión per se y existan la comunicación política y los asesores de imagen. Sí podría ser un punto de partida, una prueba más de la necesidad que tenemos hoy en día de replantearnos el sentido de la política y la función de los políticos. ¿Hay lugar para la compasión en la política actual?
[Precisamente de replantearse la política, de redefinir la socialdemocracia y de la compasión trata el libro de Judt, una especie de testamento político sobre el que me gustaría volver algún día en este blog. Las citas son de: Tony Judt, Algo va mal. Madrid, Taurus, 2011, p. 47; Desmond Morris, El zoo humano. Barcelona, RBA, 1993, p. 107].
Actualización (13/2/12). Curiosamente, poco después de terminar esta entrada me he encontrado con un interesante artículo sobre las lágrimas de Fornero. El ángulo es otro, claro. También me he encontrado con el anuncio de una reforma laboral que, me temo, causará dolor e indignación. Aquí unas reacciones en caliente sobre el asunto.
Él nunca lo haría