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La ligereza del nuevo milenio

Mi mala conciencia me dice que no puedo convertirme en defensor de la pesadez, y que como lea esto algún profesor de periodismo me van a echar de la universidad y así no vamos a llegar a ninguna parte. Así que aprovecharé una lectura reciente para intentar redimirme. Ahí vamos.

Italo Calvino, caballero inexistente

Entre los numerosos escritores que pueblan la novela Dublinesca, de Enrique Vila-Matas, me encuentro con el gran Italo Calvino, decidido defensor de la ligereza en la literatura (no por casualidad el protagonista de El barón rampante, una de sus novelas más conocidas, es un señor que un buen día decide mudarse a un árbol para pasar el resto de su vida sin pisar tierra firme).

De Calvino Vila-Matas cita sus maravillosas Lecciones americanas, en las que el italiano expone cinco propuestas (literarias y no) «para el próximo milenio», tal como reza el subtítulo. La primera consiste en reivindicar a la literatura ligera frente a una literatura pesada hecha de erudición, conciencia del fin de una época y weltanschaungen varias. La literatura ligera, por contra, es aquella que no pretende desentrañar el significado del universo en cada línea, (ojo, no es que no lo haga, es que no lo pretende, o al menos no lo parece).

Curiosamente, el mundillo tecnológico ya asoma en el texto del gran escritor italiano, escrito en 1984. Dice Calvino:

Es verdad que el software no podría ejercitar los poderes de su ligereza más que a través de la pesadez del hardware; pero el software es el que manda, el que actúa sobre el mundo externo y sobre las máquinas, las cuales existen sólo en función del software (…). La segunda revolución industrial no se presenta, como la primera, con imágenes aplastantes como tomas de laminadores o fundiciones de acero, sino como bits de un flujo de información que circula a través de los circuitos bajo la forma de impulsos electrónicos. Las máquinas de hierro siguen existiendo, pero obedecen a los bits sin peso.

Pero a Calvino esto de los ordenadores todavía le interesa poco: la reflexión enlaza con una referencia al De rerum natura de Lucrecio, poema en el que el conocimiento del mundo se resuelve en disolución de la consistencia del mundo, en la percepción de una teoría de los corpúsculos infinitamente diminutos, móviles y ligeros. La literatura ligera va por ahí.

Para el tema que nos interesa ahora, resulta llamativo que Calvino ya piense las «nuevas tecnologías» de 1984 en términos tan etéreos. Hoy en día resulta casi forzoso pensar internet a través de metáforas relacionadas con la ligereza: es un espacio de conocimiento global, lo que recuerda a un globo, algo etéreo, que no pesa; la información se aloja , cada vez más, en una nube (el no-lugar que es internet ha monopolizado ahora la metáfora de lo ligero, que Calvino aplicaba a los bits); el color de Facebook y de Twitter es azul, el mismo del cielo que está por encima de nuestras cabezas y cubre, como las redes sociales,  a todos los habitantes del planeta. Etc.

Riba, el protagonista de Dublinesca, se pasa ocho horas diarias frente al ordenador leyendo cosas de aquí y de allá, yendo del hipertexto a los textos de su biblioteca en un viaje circular que se prolonga todas la tardes. No es difícil ver en él un trasunto de Vila-Matas, cuya fascinación por internet resulta conocida. Supongo que a Calvino también le habría fascinado el mundo de la red, como a muchos amantes de las letras (entre los que forzosamente me incluyo).

Creo que un motivo de esta fascinación letrada radica en la sobrada capacidad de internet para situar al individuo en un terreno a medio camino entre la realidad y la ficción, un lugar donde los literatos suelen encontrarse muy cómodos: su oficio, al fin y al cabo, se juega entre los mismos polos opuestos, intentando dirimir dónde se encuentra la verdadera vida. La que llamamos real es, sin duda, la que nos hace sentir todo su peso, tramada como está de innumerables ataduras, sujeciones y pequeñas claudicaciones cotidianas. ¿Cómo no huir de este fardo existencial? ¿Dónde vamos a buscar otra verdad si no es en lo radicalmente opuesto: lo ligero, lo leve, la vida como un discurrir continuo de sensaciones y pensamientos, un río como el de Heráclito, un fluir de bits como el de Calvino?

Todo esto viene a cuento de que la ficción necesita a la realidad tanto como la ligereza a la pesadez o internet al mundo real. Las propuestas de Calvino para el próximo milenio (levedad, rapidez, exactitud, visibilidad, multiplicidad) no pretenden en ningún modo excluir sus contrarios: el italiano escribe sobre la ligereza porque, simplemente, tiene «más cosas que decir» sobre ella que sobre la pesadez. Y para que esas cosas tengan un sentido la pesadez debe seguir ahí, debe tener sus propias razones y mantenerlas vigentes, debe ser el contrapeso, el término relativo sin el cual no se entiende el opuesto. Por eso me he convertido, para mi sorpresa y sin quererlo demasiado, en ferviente defensor de la pesadez. La pesadez no debe desaparecer de nuestras clases universitarias ni de nuestras vidas, por mucho que se empeñe el Plan de Bolonia.

Mierda, la conciencia vuelve al ataque.

[La cita es de Italo Calvino, Lezioni americane, Milán, Mondadori, 2002, p. 12, malamente traducida por servidor; descubro acabando el post que en España se han editado con el título Seis propuestas para el próximo milenio (a pesar de que la muerte le impidió escribir la sexta). Otras lecturas sobre la levedad que sobrevuelan el post: La insoportable levedad del ser de Milan Kundera, claro, y la Historia abreviada de la literatura portátil de Vila-Matas].