El paradigma de la pachanga

1993. Discoteca de pueblo. Tres de la mañana. El sudor impregna el aire y el humo se adhiere a la piel de decenas de chavales que jalean los primeros compases de Smells like teen spirit y bailan de manera más o menos espasmódica al ritmo que marcan Offspring o Green Day, ya saben, brazo derecho apuntando al cielo, cabeza gacha moviéndose de arriba abajo, cuerpo botando al compás. La cerveza se desparrama por el suelo a cada trompicón mientras un remedo de rabia adolescente libera el cuerpo y se extiende por toda la sala.

Pero cuidado. Ahora ponen salsa y el grupo de bailes de salón invade la pista: los adolescentes se retiran avergonzados mientras los bailones, sonrientes y ordenados, con sus parejas posicionadas al milímetro, aprovechan de la bachata o el merengue o las sevillanas para ensayar los pasos aprendidos durante la semana: uno dos media vuelta uno dos giro. El orden y el compás bien llevado se enseñorean por la sala mientras la rabia se dispersa sin destino fijo ni razón de ser.

No sé si los tiempos pasados fueron mejores. Seguramente no. El caso es que unos quince años después de esta escena, Pitingo versiona a Nirvana en un concierto:

Error error de los dos: tuyo por cantarlo y mío por escucharlo. Sería muy fácil hacer leña de este árbol, pero me interesa lo que representa. ¿Fusión de géneros? Lo dudo. Los géneros aquí no se fusionan, se dan de hostias. Pitingo no llega y, al mismo tiempo, va mucho más allá: nos muestra un cambio de paradigma musical cuyas consecuencias pueden ser devastadoras para las futuras generaciones.

— ¡¿Es que nadie va a pensar en los niños?!

Eso digo yo. Ahora en las discos, los pubs y demás garitos reina la pachanga. ¿Cómo podemos definirla? Ahí está el problema. La pachanga es todo. Canto del loco, pachanga, Pitingo, pachanga, Shakira, pachanga. «Oiga -dirá usted-, que son géneros diversos». Hombre, es verdad que en la sección de discos del Carrefour cada uno tiene su etiqueta. Pero puestos uno tras otro en la disco o el pub de moda se convierten en pachanga, y eso se ha constituido en paradigma dominante de la noche porque el discopub o lo que sea dice que a todo el mundo le gusta la pachanga. Y ya.

Los alternativos no se turnan con los salseros ni el orden con el caos, la música es rumor de fondo, excusa para mover el cuerpo de manera más o menos rítmica pero con cuidado que no caiga el cubata. Shakira, Melendi, Enrique Iglesias, La Oreja de Van Gaal suenan uno tras de otro y no se fusionan, simplemente resultan indiferentes al oído humano. La vergüenza y la rabia se esfumaron junto con el orden y la disciplina. Ni apolíneos ni dionisíacos.

— Joder tío, no vayas a garitos de pachanga y punto.

¿Y punto? ¿Cree usted que así se soluciona el problema? La próxima vez que no distinga lo comercial de lo alternativo, lo reaccionario de lo revolucionario, el candidato John Bobson del candidato Bob Johnson, piense en el paradigma de la pachanga…

El señor de los paradigmas ya nos advirtió del peligro

2 comentarios en “El paradigma de la pachanga

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